“ …Porque todo fluye y nada
permanece… como nadie se mete dos veces en el mismo río.
Heráclito
“La
verdad nos deshace. La vida es sueño. El despertar nos mata. Quien me roba los
sueños, me roba la vida”.
Orlando
Mudando de piel: una
lectura del Orlando de Virginia Woolf
Ana Barberena
Orlando dice que siente que la vida se le
escapa y quizá por ello nos parece que se la bebe a borbotones. En el momento en que grita: ¡La vida, un
amante! [1]
o dice “Soy la novia de la naturaleza”[2]
corre un caudal de agua fresca que con fuerza imparable busca territorios donde
transitar; es el poderoso élan vital.
Agua, agua, agua. Qué mejor elemento para
describir la vida. Con su cualidad cambiante nos muestra el constante
movimiento del mundo: “como si su espíritu fuera un líquido que fluyera
alrededor de las cosas y las abarca absolutamente”. [3]
¿En qué momento nos permitimos ser? Justamente cuando el río fluye. Desde la
voz de la novela y en el contexto de la Gran Helada, el río recupera su libertad
de golpe [4].
El agua irrumpe con toda su fuerza arrastrando un torrente con destino
inevitable; el ser mismo que surge y clama.
Orlando no cree en el pensamiento como forma
para aproximarse a la vida. En su lugar, propone la intuición como instrumento para
leer el mundo, lo que es lo mismo que la confianza en la propia mirada. “Cuando
menos vemos mas creemos”.[5]
La intuición anclada en el estar es donde subyace la premisa del tiempo,
verdadera preocupación de Virginia Woolf.
El tiempo, haciendo alarde de su cualidad para
extenderse y comprimirse lleva la tajante diferenciación entre ser o no
habitado. Es más, la palabra
tiempo le sobra a la autora y es remplazada por una mucho más flexible,
maleable, dúctil: la duración. Desde la visión bergsoniana, la duración parece, superando las faldas de crinolina
y los bombachos, el mejor traje de
Orlando. En palabras del filósofo francés: “El universo dura. Cuanto más
profundicemos en la naturaleza del tiempo, tanto más comprenderemos que
duración significa invención, creación de formas, elaboración continua de lo
absolutamente nuevo”. [6]
Es por ello que la vida corre paralela al río, es decir a la duración. “Vida (canta o zumba, más bien, como una pava
al fuego). Vida, vida, ¿Qué crees? Luz o sombra, el delantal de bayeta del
lacayo o la sombra de la paloma en el pasto?” “¿Qué es la vida?” [7]
La verdadera búsqueda es la experiencia. Cual serpiente, la invitación de
Orlando es ir mudando de piel, ir cambian de yos, ser un guerrero, un noble o una dama de sociedad y conservar
la misma esencia. Las convenciones son puro artificio, pues si nuestro
personaje ha tenido que adaptarse a las formas impuestas, nunca dejó de ser
ella misma. Siempre acompañada de sus dos amores: la naturaleza y la literatura.
Al final del libro, en el último capítulo se
nos muestra el vértigo de la época desde la cual la autora escribe: el siglo
XX. El fluir ahora está impregnado de velocidad propio de la modernidad que se
materializa en el automóvil y la motocicleta. Río revuelto y a veces arremolinado,
esta agua expresa la mezcla de pasiones, contradicciones e impulsos que
distingue al hombre moderno: “El hecho de correr un automóvil por Londres se
parece tanto al desmenuzamiento de la identidad personal que precede al desmayo
y quizás a la muerte, que es difícil saber hasta qué punto Orlando existía
entonces”. [8]
Woolf nos permite subir a su auto a toda
velocidad. Incluyente y democrática, su escritura la completamos cada uno de
nosotras a través de nuestra experiencia. Nunca tajante ni autoritaria, la
forma dubitativa de Woolf es una invitación al diálogo y a la reflexión
interior. “Quizá, pero lo que parece más cierto (porque estamos ahora en la
región del “quizá” y del “parece”) era que el requerido yo se mantenía a distancia, pues Orlando, a juzgar por lo que
decía, se estaba mudando del yo con una velocidad no inferior a la de un coche.”
[9]
No importa cuantos lugares recorra Orlando la
inglesa, ella pertenece a todos.
Siempre es parte del Universo. Emparentada con los árboles, montañas y paisajes,
nos muestra la tierra como su gran hogar, acicate de sí misma. Al final,
cerramos el libro y nos quedamos con la gran premisa que pareciera el amazonas
de la novela: la libertad de espíritu.