martes, 19 de marzo de 2013

You´ve come a long way baby

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Abracé por mucho tiempo aquel libro con conejos saltarines y huevos de Pascua  inmersos en las narraciones de Beatrix Potter.  Tomé uno a uno los tomos del "Tesoro de la Juventud" para leer los capítulos dedicados al "mundo de los por qué".  Quedé fascinada cuando descubrí las narraciones de Julio Verne y los cuentos de Hans Christian Andersen. Ya adolescente, entre tareas y tardeadas devoré por gusto las novelas de Perry Mason y por obligación la obra de grandes poetas y escritores ingleses.  
            Un salto cuántico y estoy leyendo a Doctor Faustus de Thomas Mann.  ¿Qué aprendí?  En primer lugar paciencia y disciplina pues su lectura me exige concentración y continuidad para no perderme en un mundo de personajes y situaciones que a ratos me parecen inconexas.  Mann es un autor culto, mucho más culto que muchos de sus lectores, así que con la humildad que te da la ignorancia consulto libros de filosofía, enciclopedias, diccionarios, libros de arte y entro a  Google tratando de entender su interminable prosa. 
            A través de Doktor Faustus conocí el pesimismo de Shopenhauer, el  humanismo de Erasmo, la tesis de Hegel y la incredulidad de Nietzche.  Aprendí a identificar la antinomia en la obra de Mann, esa complementariedad de opuestos que confunde a un lector poco versado como yo.  "Dios y el diablo son figuras complementarias que no pueden existir la una sin la otra".  Vamos, entendí que Satanás y Mefistófeles no son lo mismo y que !hasta en el inframundo existe un escalafón!
            Doktor Faustus me conduce por el fascinante mundo de la música que está entreverado en su texto.  Mientras que Beethoven compone su canto a la alegría, Adrián busca detruirlo.  Mann habla de Wagner gritando al espíritu alemán a través de composiciones interminables que marcan un hito en la historia de la música.  Se obsesiona con Schoenberg, el inolvidable creador de la música dodecafónica, ese "método de componer con doce notas que solo están en relación entre ellas".  Schonberg es un compositor incomprendido que rompe con el pasado romántico pero no lo invalida.  ¿Fácil de entender?  No, pero escuché brevemente sus composiciones y concluí que el romanticismo de Chopin sigue estando más cerca de mi corazón y mi entendimiento.
            Mientras leemos en clase que Adrián compone su Apocalipsis musical nos detenemos a estudiar el impactante grabado de Durero.  El jinete con arco y flecha que conquista; un segundo jinete con la espada que desata la destrucción; el tercero detiene una balanza para pesar el pan, es  presagio de la hambruna por venir y finalmente la muerte cabalgando muy despacio, casi sin fuerzas.  Cuatro Jinetes del Apocalipsis que van cayendo en el grabado y en la esquina inferior las fauces del Infierno listas para devorarlo todo. Lo abigarrado de la composición genera angustia, refleja un mundo convulso, pareciera que no hay esperanza ni salvación.  El grabado data de 1498, pero cuando leo el periódico de hoy veo que el mundo no cambia.  Hambruna, guerra y destrucción siguen persiguiendo a la humanidad.
             Quedan muchos temas en el tintero: el surgimiento del nazismo, la influemcia de Lutero, el efecto de la predestinación en la conducta del hombre, el antisemitismo, la sed insaciable de conocimiento, la relación entre las matemáticas y la música...la obra de Mann me deja con más preguntas que respuestas, pero con la muerte de Adrian, anunciada desde la primera página, cierro el libro.
Elvira Herrera              



           

           

El final del Doctor Faustus: un cierre musical

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Terminar de leer el Doctor Faustus conlleva un sentimiento de liberación y desazón. Tras recorrer detenidamente setecientas diez páginas de una magistral escritura y con un argumento de múltiples referencias culturales, artísticas, históricas y musicales, uno siente que hizo un exhaustivo recorrido a lejanas tierras. ¿Serán lejanas? Más allá de haber transitado superficies, se palpa la hondura de un viaje dirigido hacia el centro de la tierra, hacia los infiernos y hacia nuestro propio ser como ejercicio de introspección.
 
                 Desde los primeros capítulos la novela lleva los instrumentos que van conformando el gran concierto. A partir de las primeras páginas se van escuchando los acordes que de manera inocente se anuncian; hacen una labor de narradoras pacientes que con lujo de detalle muestran el mundo de Adrian Leverkun. Así, poco a poco, Serenus Zeitblom, a modo de solista, nos va adentrando en la obra haciéndose acompañar de distintas voces o líneas melódicas: por una lado hacen su entrada los instrumentos de viento que de manera sinuosa y delicada evocan la musicalidad, por otro lado irrumpen las percusiones retratando el espíritu alemán, y como tercer frente, de fondo pero siempre presente,  los instrumentos de cuerdas personificando a Mefistófeles. 
                Capítulo a capítulo, nota por nota, la novela resuena en sentimiento, evocación y desgarro. El solista va perdiendo importancia en la medida que la narración avanza. Como buen concertista, sabe que los acompañamientos son fundamentales y son estos los que otorgan verdadero poder a la pieza. El climax es de gran estruendo haciendo alarde de complicadas asociaciones, insospechadas evocaciones y un cada vez mayor arrojo.
            La última parte de la obra es constatación, encarnación y profecía cumplida. El Doctor Faustus, última gran obra del compositor Adrián Leverkun materializa el infierno anunciado y es  testigo de ese triple no amarás del que es víctima. Escenarios en paralelo, el horror del músico es el horror del mundo. La gran orquesta desfallece. La flauta y el trombón estallan en mil pedazos, los timbales junto con el resto de las percusiones son consumidos desde el centro de su mismo vigor, las cuerdas callan, esperan. Nuestro narrador, el desconsolado Serenus, mira la catástrofe. Él no realizó ningún pacto sin embargo ya no hay mundo para él tampoco, sólo desierto. Leverkun, genial y destruído no puede replegarse más, la vida ascética ya no puede nada contra lo sucedido, sólo espera la muerte.
                Aplausos a nuestro director. Thomas Mann nos ha mostrado un camino, no el más sencillo ni el más alegre pero sí el más lúcido y genuino.

Ana Barberena