martes, 19 de marzo de 2013

El final del Doctor Faustus: un cierre musical

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Terminar de leer el Doctor Faustus conlleva un sentimiento de liberación y desazón. Tras recorrer detenidamente setecientas diez páginas de una magistral escritura y con un argumento de múltiples referencias culturales, artísticas, históricas y musicales, uno siente que hizo un exhaustivo recorrido a lejanas tierras. ¿Serán lejanas? Más allá de haber transitado superficies, se palpa la hondura de un viaje dirigido hacia el centro de la tierra, hacia los infiernos y hacia nuestro propio ser como ejercicio de introspección.
 
                 Desde los primeros capítulos la novela lleva los instrumentos que van conformando el gran concierto. A partir de las primeras páginas se van escuchando los acordes que de manera inocente se anuncian; hacen una labor de narradoras pacientes que con lujo de detalle muestran el mundo de Adrian Leverkun. Así, poco a poco, Serenus Zeitblom, a modo de solista, nos va adentrando en la obra haciéndose acompañar de distintas voces o líneas melódicas: por una lado hacen su entrada los instrumentos de viento que de manera sinuosa y delicada evocan la musicalidad, por otro lado irrumpen las percusiones retratando el espíritu alemán, y como tercer frente, de fondo pero siempre presente,  los instrumentos de cuerdas personificando a Mefistófeles. 
                Capítulo a capítulo, nota por nota, la novela resuena en sentimiento, evocación y desgarro. El solista va perdiendo importancia en la medida que la narración avanza. Como buen concertista, sabe que los acompañamientos son fundamentales y son estos los que otorgan verdadero poder a la pieza. El climax es de gran estruendo haciendo alarde de complicadas asociaciones, insospechadas evocaciones y un cada vez mayor arrojo.
            La última parte de la obra es constatación, encarnación y profecía cumplida. El Doctor Faustus, última gran obra del compositor Adrián Leverkun materializa el infierno anunciado y es  testigo de ese triple no amarás del que es víctima. Escenarios en paralelo, el horror del músico es el horror del mundo. La gran orquesta desfallece. La flauta y el trombón estallan en mil pedazos, los timbales junto con el resto de las percusiones son consumidos desde el centro de su mismo vigor, las cuerdas callan, esperan. Nuestro narrador, el desconsolado Serenus, mira la catástrofe. Él no realizó ningún pacto sin embargo ya no hay mundo para él tampoco, sólo desierto. Leverkun, genial y destruído no puede replegarse más, la vida ascética ya no puede nada contra lo sucedido, sólo espera la muerte.
                Aplausos a nuestro director. Thomas Mann nos ha mostrado un camino, no el más sencillo ni el más alegre pero sí el más lúcido y genuino.

Ana Barberena


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