La semana pasada trabajamos sobre el mito de Prometeo a partir de su estructura narrativa y de las multiples resonancias que han incidido en el gran relato de occidente. ¿Cuánto le debemos a este dios que nos defendió por encima de los deseos de Zeus? Parece ser que fue la primera divinidad que se apiadó de nosotros; seres desprovistos e insuficientes. Ya se sabe que no estamos hechos para nada en específico. Nuestras extremidades no son lo suficientemente largas para cruzar praderas, no contamos con enormes garras para matar, ni siquiera podemos trepar en los árboles.
Prometeo fue obstinado, audaz, y no titubeó en aceptar el desafío. Estando presente en la repartición del animal muerto y contraviniendo las ordenes de Zeus, destinó la carne para nosotros. Sólo dejó los huesos y la grasa para las ofrendas de los dioses. Yendo aún más lejos, robo el fuego para otorgarlo a nosotros: los seres humanos.
Cuánto hemos aprovechado de lo que nuestro padre Prometeo nos otorgó. El pensamiento y la técnica, es decir, la cultura en general, ha sido a fin de cuentas, nuestro instrumento y modo de vida esencial. Ante la imposibilidad de la frontalidad y el rasgo objetivo del instinto, nos hemos desplazado a través de pulsiones manteniéndonos resguardados en el lenguaje metafórico, creando maravillas, verdaderas obras de filigrana que nos han permitido ampliar nuestro horizonte a través de la creación de lenguas, rituales, religiones, formas de escritura, etc,. Tal parece que eso somos: bichos retóricos.
Y es que ahí donde entra la verdadera aporía. Prometeo no nos explicó bien como funcionaría la broma de la vida donde, por una parte, nos sentiríamos eternos, y por la otra, estaríamos sometidos a la voluntad de las parcas. Así nos han dejado las ciegas esperanzas que nos fueron insufladas desde el principio de los tiempos. Don y condena, permaneceremos con nuestros sueños que apuntan al infinito y nuestra naturaleza que se muestra finita, mortal. No gobernamos la vida a la manera de los dioses. Este es el timo. En fin, nos queda, pensar, sentir, intuir, emocionarnos. Parece que no es poca cosa.
Ana Barberena
Ana Barberena
Porque será que tenemos la imperiosa necesidad de parecernos a los dioses, de tener certezas, dé alcanzar lo inalcanzable, no existe ni lo perfecto ni lo infinito.
ResponderEliminarHay que convertirnos en lo que somos humanos nada mas que humanos y darnos cuenta que somos maravillosos.
El hombre, un dios cuando sueña y tan solo un mendigo cuando piensa .